Clarividente
Maya Kucherskaya.
Traducción de Мари Мартнер
Lyonya Andreev se había vuelto drogadícto.
Se convirtió sin darse cuenta y durante mucho tiempo no sabía que era un verdadero narcómano. Se pinchaba heroína pero más a menudo “el tornillo”. Su amigo íntimo lo preparaba muy bien y poco a poco enseñó a Lyonya cómo hacerlo. ¿Y a quién le importaba que él se metiera algo? Todo el mundo lo hace. De todos modos a veces Lyonya pasaba por su universidad químico-tecnológica, pasaba los exámenes, volvía a examenarse y solo una vez a la semana iba a ver a su amigo. Pero pronto su amigo se fue a otra ciudad a resolver algún problema.
En aquel momento Lyonya entendió que estaba enganchado y no podía esperar ni un momento. Enseguida llamó al amigo del amigo y ese chico le ayudó.
Juntos se compraron todo lo que nececitaban y prepararon “el tornillo”. Después su mejor amigo volvió y todo fue como antes.
Pero Lyonya empezó a visitar a su amigo más y más a menudo. De todos modos era dragodicto, entonces podía hacerlo y no mentirse.
Una vez, cuando Lyonya se drogó mucho y se desvaneció, tuvo una visión. La visión era tan escalofriante que incluso gritó, lloró y pidió que lo dejaran en paz. Nunca contaba a nadie lo qué había visto aquel día pero cuando volvió en sí, cambió de cara y por primera vez en toda su vida fue a la iglesia.
Allí le explicaron que las drogas eran un asunto perdido y que las dejara.
Pero dejarlas, ¿cómo? Tener síndrome de obstinencia – vale, pero tendría que buscar algún objetivo en la vida...¿dónde? Es que Lyonya no podía vivir sin objetivo.
Le explicaron en el grupo de drogadictos en la iglesia que frecuentaba ahora que el objetivo de la vida era la salvación del alma. Pero eso tampoco le ayudaba. ¿Qué salvación? ¿de qué alma? Pues significaba acercarse a Diós, limpiar su alma, librarla de pasiones. Y eso tampoco le ayudaba.
Ya pensaba dejar ese “taller de manitas”, y sus nuevos conocidos del grupo de drogadictos le dijeron también: “claro, déjalo! Pero antes vete a ver al padre Vladimir, es un hombre que mola, te caerá bien.” “No quiero ir a ver a ningún padre Vladimir, yo quiero “el tornillo” de nuevo.” Pero apenas lo dijo, recordó la visión que había tenido y fue a ver al cura.
El padre Vladimir le escuchó un momento y de repente empezó a contarle su visión. Lyonya quedó estupefacto. El padre Vladimir relató todo de su visión, sólo sin entrar en detalles.
Lyonya, estremecido, le preguntó: “¿Cómo lo sabe Vd.?”
El padre le dijo: es que lo que tú habías visto era el enfierno.
Y desde entonces el padre Vladimir cautivó a Lyonya, tal vez por su clarividencia, tal vez por su erudición. Ahora él se había convertido en el guía espiritual de Lyonya. El chico no pensaba ni en su objetivo en la vida, ni en nada más. Ayudaba al padre con sus asuntos de la parroquia. Después se licenció y organizó una empresa de construcción. Prosperó tanto que de pronto en la iglesia del padre Vladimir se terminaron las obras, adornaron el suelo con el mármol, compraron en subasta unos íconos antiguos...¿Y con qué había empezado todo esto? Con “el tornillo”.
10 años más tarde Lyonya se mudó con su familia a Noruega, y allí conoció a un empresario ruso, también dueño de una empresa rusa grande. Empezaron a charlar y después se hicieron buenos vecinos. En su casa Lyonya reconoció en una de las fotos a su nuevo amigo con el padre Vladimir. Pero este último sin barba. Se sorprendió muchísimo.
Se puso en claro que mucho tiempo atrás este empresario había estudiado en la misma universidad que el padre Vladimir. Y los chicos solían meterse “el tornillo” de vez en cuando... Pero eso no duró mucho tiempo.
“Una vez Vovik tuvo una alucinación horrible que le hizo gritar y llorar, - dijo el empresario a Lyonya. – Y después contó que había visto muchos diablos vivos que se burlaban de él. Y ahora, como ves, ha dejado todo eso, e incluso se hizo cura...Hay que enviarle una invitación para que venga... Vamos a recordar nuestra juventud...”
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