Gira por La Habana al estilo ruso.
Realmente no recuerdo algún viaje de mi vida muy malo, pero durante mis viajes habitualmente hago giras pequeñas que pueden ser bastante tensas. De una de estas giras yo quería contar ahora.
Al principio del año 2011 mi novio y yo emprendimos un viaje a Cuba. Una vez decidimos ir de excurción por dos días a La Habana.
Hay que decir que el programa de la excurción fue un poco raro. Pasamos una hora cerca de Mural de la Prehistoria de Leovigildo González, y durante esa hora nos dijeron dos frases sobre la obra; el resto del tiempo estuvimos paseando cerca de una montaña. Pero cerca del cementerio de La Habana pasamos un minuto, mientras estábamos parados delante del semáforo; todo lo que oí de ese lugar fue: “Lo que podéis ver en la ventana izquierda es el cementerio de La Habana. Es muy grande y muy famoso”, y nosotros seguimos de largo en el autobus. Visitamos la fábrica de tabaco; pero nuestro guía nos prohibió comprar algo allí, diciendo que podríamos hacerlo en un buen comercio más tarde. Ese “buen comercio” era una habitación pequeñita con un montón de gente. Allí se vendían puros, ron y café. Hacía mucho calor, los turistas rusos estaban gritando, daban empujones, temiendo que los artículos pudieran terminarse, aunque estaba claro que muchos guías traían a la gente a ese lugar y por eso tenían reservas suficientes. Además descubrimos que los precios eran iguales a los que teníamos en nuestro hotel.
Lo que no me gustó en las calles de La Habana fueron los pintores (las calles de La Habana para mí son dos plazas mayores y tres calles que nos mostró nuestro guía, y mi opinión se refiere a éstas). En cuanto salimos del autobús, nos rodearon unos pintores, y uno de ellos me eligió como su victima. Durante dos minutos siguió detras de mí y me dibujó. Al finalizar me demostró su obra y pidió 1 dólar. Si ese retrato fuera un poco parecido a mí o siquiera intentara serlo, le pagaría. Pero esa vez no lo hice. Entonces él bruscamente arrugó el papel, lo tiró al suelo y se fue, echando tacos.
Pero esos no fueron los únicos tacos que oí durante esa gira, es que los participantes de la excurción eran rusos. Nosotros ya habíamos visto a dos mujeres del grupo en nuestro hotel el primer día, cuando ellas se mostraban muy sorprendidas de que en Cuba no hablaran con ellas en ruso. Por la noche fuimos a un Cabaret. Como para los turistas rusos era imposible salir del hotel a tiempo, llegamos cinco minutos antes del inicio del espectáculo, cuando todos ya estaban sentados. Allí nos ofrecieron ron, tapas y coca-cola, que estaban incluidos en el coste de las entradas. En cuanto los turistas se sentaron, ellas empezaron a hacer preguntas al guía que tenía que traducirlas a los comareros. Luego, cuando el show empezó, dos mujeres mencionadas comenzaron a pedir que les cambiaran su coca-cola por agua mineral. Había pasado mucho tiempo antes de que recibimos la posibilidad de gozar del espectáculo.
El día siguiente fuimos a la finca de Hemingwey. Pero durante todo el camino en lugar de descansar escuchamos los gritos de una mujer del grupo: “¿Por qué tenemos que ir a ver a ese Hemingwey? ¡Vamos a nadar en océano!”…
Al final de nuestro viaje el guía nos dijo que le molestaba que en la esfera de servicios en Cuba pidieran propina, y añadió que según la tradición estaba colocada una caja para propina y que si queríamos podíamos meter algo allí.
Ahora no puedo decir que fue una gira mala. Me gustaron muchos lugares que había visitado y paisajes que había visto. Sin embargo, nunca he viajado con guías ni con grupos de gente después.
Svetlana Litvinova
Комментарии
Отправить комментарий