Algo más que una bicicleta.
Cada verano de mi infancia
yo, mi hermano y mi primo lo pasábamos en un pueblo donde nació mi madre y donde
vivía mi abuelita. Todos los habitantes de lugar sabían que habíamos llegado porque nuestra abuelita decía
con orgullo que habían llegado sus nietos de Moscú para ayudarle en la hacienda.
Claro que llegábamos no sólo para trabajar, mejor dicho, para descansar antes
de la escuela. En aquella época no había muchas cosas que tienen los niños de
hoy. No jugábamos con un ordenador, no había Internet y por la tele era bastante difícil
encontrar algo interesante para los niños. Por eso pasábamos la mayor parte del
tiempo al aire libre jugando y paseando.
Aquel verano mirando a
mis hermanes mayores decidí aprender a
montar en la bicicleta. Con mucho orgullo me entregaron una bici que se llamaba
«Druzhok» (amiguito en español), la cual me “pasó en propiedad por herencia” de mi hermano mayor y a él del otro
hermano mayor (somos tres hermanos, y yo soy menor de los tres). La bici era
bastante usada, de color verde vivo, con un freno de mano y con el timbre en el
manillar. Me gustaba muchísimo. Tenía sólo una imperfección, era pesadísima. En
la época soviética todo lo hacían para siempre, por eso, probablemente, la
habían hecho de hierro colado o de plomo. Era tan pesada. Como el verano
siempre terminaba inesperadamente, trataba de la oportunidad practicar cada día,
por eso la llevaba conmigo constantemente.
Detrás de nuestra casa
había un huerto, uno de los más grandes en el pueblo. En el huerto la abuelita
cultivaba patatas, zanahorias,
tomates, pepinos y otras verduras.
Aquel día, cuando la cena
todavía estaba lejos y queríamos comer muchísimo, nos ofrecieron arrancar del huerto zanahorias, lavarlas y comerlas. Yo y mi
hermano lo percibimos con mucho gusto. No hay nada más sabroso que la zanahoria
recién arrancada de tu propio huerto.
Mi hermano y yo con el «Druzhok»,
íbamos a lo largo del bancal arrancando casi cada zanahoria. No sé para qué; puede
ser que para sacar más linda. Algunos minutos más tarde estaba tumbado en el bancal devastado un
montículo de las zanahorias donde buscaba las más sabrosas. Otros diez minutos
más tarde teníamos en nuestras manos una
zanahoria preciosa, la cual comíamos con gustoso paseando por el jardín.
Cuando se oyó el grito de
nuestra abuelita en seguida entendimos que habíamos hecho algo horrible. En tales
momentos el instinto nos decía solo a una cosa – ¡escapar! Y corrimos lanzando las
zanahorias. Yo con mi bici y mi hermano
saltamos a la calle y desaparecimos en unos arbustos. Pasó una hora hasta que la
conciencia y el hambre nos hicieron volver a casa. Por supuesto, pasar por la
entrada principal sería absurdo, es que allí de seguro habrían preparado una
emboscada. Decidimos escalar la valla y entrar en la casa por la puerta
trasera.
Primero fue mi hermano
porque era mayor y más fuerte que yo y porque debía darme la mano desde la
valla. Pero además estaba la bici. Entonces mi hermano escaló a la valla y me
dijo que le dé la bici. La levanté encima de mi cabeza con las manos estiradas y
cuando sentí que mi hermano la empuñó la solté. Los instantes siguientes los recuerdo
mal porque la bici pesadísima, un producto de la industria soviética, se le escabulló
de las manos a mi hermano y me cayó en la cabeza.
Recobré el conocimiento
en mi casa en la cama con la cabeza vendada. La ambulancia acaba de irse. Al
lado se sentaba mi hermano con una mirada confusa. Lamentaba no haber podido mantener en las manos la bici.
Aquel día no nos
castigaron por la devastación del bancal, pero no sé si llamar un castigo al hecho que durante dos
semanas debimos comer un montón platos de zanahorias.
Bormashenko Igor
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