Tres novelas cortas sobre mi viaje a Vietnam.
1.
Cuando llegamos a hotel ya estaba todo oscuro. Nos
alojamos en una cabaña enfrente del mar y escuchamos el ruido de las olas grandes. Fui a ver el mar y llegué
a la playa. La
encontré muy estrecha, la arena estaba con montículos y cubierta con una vieja
membrana plástica con bordes que se
movían en las olas. Incluso las sombrillas estaban dentro del agua a tres o cuatro metros de la línea del oleaje.
Creí que habíamos viajado allí en
vano. Cuando volví a la cabaña le dije a
mi mujer que la playa se la había llevado el mar y no había ni un trocito para tomar el sol. Nos acostamos apenados. A la mañana siguiente nos levantamos y
escuchamos que el ruido había desaparecido. Vimos el mar calmo, el cielo claro,
el sol cariñoso y la playa (¡milagro!)
se había convertido en una playa muy ancha. ¡Estaba muy asombrado! Primero no
pude concebir lo que ocurrió. Y después me acordé de que existía la marea baja…
2.
Había una pobre aldea de pescadores cerca de hotel. Ella estaba en una bahía azul llena de barcas de pescadores pintadas de diferentes
colores. Una escalera ancha bajaba a la costa de la bahía. Por las madrugadas en
el mercado había ruido hasta las nueve. Después unos turistas visitaban ese
lugar para admirar el paisaje. Siempre había unos niños allí que recogían
conchas y trataban de venderlas a los turistas. Un día fui a la aldea y me senté en la
escalera. Enseguida los niños me rodearon y gritaron que les comprara las
conchas. Tenía una videocámara y empecé a grabarlos. Ellos no me hacían caso.
Decidí mostrarles el vídeo. ¡Cómo se alegraron! Cada uno ellos gesticulaba,
corría y se veía a sí mismo en la cámara. Después me cubrieron y empezamos a ver el
vídeo de nuevo. De repente sentí que alguien me hacía masaje en la cabeza, otro
me rascaba la espalda, una niña me tocaba la pierna (creo que ella no había
visto una tan peluda, en Asia la gente no tiene pelos en el cuerpo)… Me imaginé
que era un viejo jefe de una manada de monos y no quería volver a la realidad.
3.
Un buen día decidimos visitar la estatua de Buda
Grande de esas que están en muchos lugares de Vietnam. Había que recorrer
noventa kilómetros para alcanzar el lugar sagrado más cercano. Allí hay un Buda
acostado, su largo es de cien metros y está hecho de piedra
blanca. La estatua está en una montaña cubierta de bosque y mil cuatrocientos
escalones llevan a la cima… Miles de peregrinos habían subido por la escalera y todos habían
creído que ocurriría un milagro. Pero hoy el camino no es difícil porque hay un
teleférico y la mística se perdió para siempre. En Vietnam el tipo de
transporte más importante es el escúter. Casi todos montan en él y por supuesto
nosotros también. Por la mañana montamos en escúteres y fuimos a ver el Buda
Blanco. Andamos largo tiempo por la sinuosa costa del mar, a través de la
ciudad, donde había mucho tráfico de escúteres zanqueados y cansados paramos en
una aldea enfrente a una casa. Empezamos a fumar y veíamos como los niños en el
patio nos miraban. Ellos se reían viendo nos y después corrían dentro de la
casa y se aparecían con todos los parientes. Allí estaban pronto todos los que
vivían en aquella casa - ancianos, padres, tíos, hermanos y amigos. Ellos nos miraban
con atención, sonreían y cuchicheaban. Primero no entendíamos nada. Un rato
después comprendimos que la gente como nosotros era como pájaros raros en esa
tierra. Sentí como si estuviera dentro de una piel ajena y comprendí cómo una persona negra se percibe
entre los blancos.
Andrey Danilov
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