El hermanito Ivancito

           Maya Kucherskaya, escritora rusa contemporánea.
Traduccón de Ana Ovcharenko.

 A una pintora le gustaba arte popular ruso. Ella viajaba en un coche “UAZ”, a propósito, con sus restauradores conocidos por  pueblos  abandonados, entraba en unas izbas semidestruidas, subía a unos desvanes  ¡para encontrar muchas cosas! Una rueca rota, un panero colorado trenzado, un puchero de hierro fundido, una hoz oxidada, una manta rota de retrazos. Después la pintora restauraba todo, lo limpiaba, lo cosía. Una vez le agradó un aparador de madera: tenía  rozaduras, era vetusto, pero del XIX siglo, tallado a mano. Otra vez, una mesa para comer sin tallado, pero resistente. Los amigos  restauradores se compadecían de la pintora, entendían que si ella no salvaba por lo menos algo, todas estas cosas desaparecerían, por eso sumisamente cargaban sus hallazgos en  el “UAZ” y los llevaban a la “Dacha” de la pintora, a su casita de campo. Paso a paso  esta casita se convirtió en una “izba” campesina de verdad. Había una mesa campesina sin mantel, un parador anciano, unos paneros con rozaduras, un manta de retrazos en la cama, un puchero, una artesa seca de madera con grietas cerca de la estufa. Por lo demás la pintora era una gran maestra en su oficio. Sin duda ella pintaba magníficos cuadros ( por cierto, gozaban de un gran éxito, estaban colgados en algunos museos famosos del mundo y se vendían por un dineral), ademàs practicaba bordado y ceràmica, modelaba platos y tazas en un tabanque, después los pintaba ella misma, al estilo   popular,con cerecitas, hojitas, círculitos.
            Además, la pintora era religiosa. Y una vez decidió que había llegado la hora para santificar su izbita. Invitó a un cura del lugar para hacerlo, pues cerca de la “dacha” justo había una iglesia. La pintora preparó una comida opìpara, horneó unos pastelillos, lavó todo, limpió, y se puso a esperar  al cura. El cura, el padre Vasiliy, que era ya viejo, encorvado, canoso, al poco tiempo vino. Puso un bastoncito a un lado, cogió una estola especial, leyó unos rezos, hisopeó agüita santa por la planta primera y por la segunda, y pensó irse. Está claro que la pintora le pidió quedarse para la comida, tomar un bocado con lo que Dios había mandado, y le ofreció un donativo generoso en un sobrecito. Pero el cura no quería comer y se negaba a tomar el donativo en redondo. Él se fue muy humildemente, desde luego, con saludos y perdónes, sin haber almorzado y sin haber aceptado un kopek por su trabajo. La pintora se afligió, pero qué hacer : comió el almuerzo festivo que había preparado, y  cenó lo mismo por la noche. Por la manana fue en bicicleta a  misa – precisamente era domingo. El padre Vasiliy terminó la liturgia, tenáa en su manos la cruz que besaban los parroquianos. Nuestra pintora se acercó en la cola común, besó al cruz, y el padre Vasiliy la detuvo y le dio algo envuelto en un papelito, y  le dijo: “Es para ti. Desdóblalo  en casa.”
            Bueno, la pintora pensó, está bien. Se montó en la bicicleta y regresó a su paraíso etnográfico. Llegó, y  desdobló el papelito. ¡Dios santo! En el papelito había 500 rublos.
            ¿Qué podía significar aquello? Y de repente se le ocurrió: el padre Vasiliy, después de ver que su aparador estaba completamente viejo, que en la mesa no había  mantel, que sobre la cama había  una manta de retrazos, decidió que la pintora era una mujer era completamente pobre. Incluso, en lugar de una palangana normal, tenía una artesa con las hendiduras, y en vez de una vajilla de porcelana, unos objetos de cerámica de fabricación casera. En el suelo no había ni una alfombra, solamente una trapería vieja.
Y el padre compasivo decidió por lo menos ayudarla un poco en su pobreza.

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