En la calle y en casa.
Serguey Dovlatov
Traducción de María Martner
Mi mujer dijo:
- Por cierto, Gabovitch llamó. Tiene algo importante que decirte. Prometió que va a pasar a vernos.
- Yo sé. A lo mejor quiere pedirme un taladro. Me dijeron que se había comprado una estantería...
Ese Gabovitch era mi vecino y socio al mismo tiempo. Es decir era filólogo.
Escribía un libro escandaloso. Se llamaba “Encuentros con Achmatova”. Y tendría como título “Cómo y por qué no tuvieron lugar”. Algo así...
Me puse los zapatos...
- ¿A dónde vas?
- Me voy a dar un paseo. Compraré cigarillos.
- ¿Y Gabovitch?
- Si se topa conmigo, será una conversación pesada.Y yo, tengo que trabajar.
- Y entonces ¿cuándo vuelves?
- Cuando Gabovitch se vaya. Dame una señal.
- ¿Qué señal?
- Enciende, por ejemplo, la luz en el lavabo.
- Está siempre encendida.
- Entonces apágala.
- Mejor cuelgo en la ventana este trapo.
- De acuerdo.
Yo bajé al hall. A escondidas pasé al lado del ascensor. Salí a la calle. Ya anochecía. Crucé el camino. Así Gabovitch no podría verme.
Compré Marlboro. Pasé por una pequeña tienda rusa. Compré el periódico por mi madre y al lado de la caja bebí un Perrier.
Después Davidov de “La palabra rusa” me paró. Me preguntó como estoy. En respuesta, pregunté como está Epshtein.
- Pues, - dijo – voy a llamarle al hospital. El infarto no es una broma, entiendes.
- Dale saludos de mi parte.
Volví al patio de la casa. No había ningún trapo. Mientras tanto ya se hacía más y más frío.
Pues yo pasé por “Podmoskovie”, pedí un café, quería comer algo.
- Dame la carta, - dije.
- No hay carta.
- ¿Cómo que no hay carta?
- Yo puedo decirte qué tenemos sin carta.
- No podré memorizar todo.
- Sí que puedes. Porque la única cosa que tenemos es shashlik.
- Increíble, - digo, - eso es lo que quería.
Yo comí y bebí café, había mucha gente y música. Me recuerdo que el director de orquesta exclamó:
- El nieto Irakli desea a su abuela Natela un feliz día de cumpleaños. En su honor interpretamos esta canción lírica...
Esperó un momento y dijo solemnimente:
- La canción lírica “Todavía estás viva mi abuelita”.
Yo pagué y salí a la calle. Ya anocheció.
Nuestra casa se destacaba mucho en la oscuridad de la noche.
Pero el trapo no estaba.
Mientras tanto hacía ya mucho frío. Pasé por una tienda de deporte y me compré una sudadera por treinta dolares. Me la puse en el mismo momento. Y solamente después noté que tenía un emblema en la parte de alante – un cráneo y las tívias más una inscripción esquizofrénica: “¿Lo has leído? ¡Significa que has acercado demasiado!”
Me volví a casa. La luz estaba, el trapo no.
Me acerqué a la cabina telefónica y mi mujer tomó el auricular:
- Responde solo “sí” o “no”.
- No, - dice mi mujer
- ¿No qué?
Silencio.
- ¿Gabovitch está?
- Sí.
- Y tú dices no...¿No va a irse?
- Sí.
- ¿Sí qué? ¿sí que va o sí que no?
- Creo que no.
- ¿Entones no se va?
- No.
- ¿No le has brindado nada?
- De ningún manera.
- No has olvidado el trapo?
- No.
De nuevo volví a pasear. Pasé por la tienda rusa. Encontré a Davidov de nuevo.
Él me dijo: ¿Sabes la noticia? Epshtein murió. Acabo de llamarle al hospital. Quería visitarlo, pero ahora...
- Terrible, - dije...
Después decidí llamar a una conocida mía. Nada serio. Solamente una mujer de treinta años de una casa vecina. Sin marido.
Revisé la agenda. Llamé. Nelly, ella misma, me respondió.
- A... ¿eres tú? Pensé que ya me habías olvidado...
- ¿Puedo pasar a verte?
Pausa. Y después:
- Perdón, no estoy sola.
- Vale, la próxima vez.
- No habrá una próxima vez. Ya está. Basta. Tienes mujer e hija.
En fin tengo que pensar en mí misma, ¿no?
Colgó el teléfono.
En este momento pensé que todo el mundo es violento pero de un modo diferente.
Los hombres, por ejemplo, mienten y dicen insolencias.
Se andan con rodeos como pueden, pero aún el hombre más violento del mundo nunca dirá: ¡Vete! ¡Entre nosotros todo ha terminado! Y en el caso de las mujeres, pronuncian todo eso, con facilidad, y con mucho placer: “¡Vete! ¡Me repugnas! ¡No me llames más!”
Al principio lloran, después encuentran a otro hombre y te dicen adiós.
¡Vete! Aún no puedo decirlo en alta voz...
Miré el reloj. Eran las diez y media. El cine ya está cerrado. Casi no hay dinero. Casi es de noche.
Mis ventanas estaban alumbradas, pero todavía no había ningún trapo.
Pero por suerte se oscureció y ahora no se veían el cráneo y las tívias.
Y lo que allí estaba escrito perdió su sentido.
Llamé a casa de nuevo. No dije ni una palabra cuando mi mujer me dijo:
- No.
- ¿No quiere decir sí? ¿Gabovitch todavía está?
- Sí.
¿Y qué pasa allí? ¿Una conversación seria? ¿Algún asunto?
Incluso sentí celos.
Colgué. Llamé a Rafaíl, que vende inmuebles. Vive cerca de mí.
- Tienes dinero?
- Pues...voy a decir que no. Pero tengo Visa, MasterCard,American Express... ¿Y qué?
- Vamos....
- ¿Qué?
- No sé, vamos a Canadá o Brasil.
- Con placer...pero Rita está enferma...¿dentro de una semana?
- Dentro de una semana yo estaré en casa.
- ¿Y ahora dónde estás?
- Paseando.
- Bebíste?
- Buena idea. Lánzame quince dolares por la ventana.
- He dicho que no tengo. Mañana...
- ¿Y hasta mañana tengo que pasear por aquí?
- Si quieres pasa.
- Mejor hazme el favor...Llama a Forrest Diner, muéstreales tu Visa, diles que me den una copa...mejor dos. Te lo devolveré.
Pasé por Forrest Diner. Bebí dos rones con cola.
Fumé un cigarillo y a todo trance, sin duda fui a casa.
Ya era la una de la noche. Mi ventana brillaba. Por cierto, la luz en el lavabo estaba apagada...
Subí en el ascensor al sexto piso. Saqué mis llaves. La puerta se abrió. Gabovitch estaba en el recibidor. Con el abrigo puesto. Decía algo gesticulando y quitándose la ceniza. Al verme sonrió.
Mi mujer dijo:
- Yo le he dicho muchas veces que quite el abrigo, y él...
- Pasé solo por un minuto. Ya tengo que irme. Pero ahora...Que Sergey está aquí...podemos charlar...
Se quitó el abrigo. Después se sentó a la mesa y empezó:
- ¿Sabe Vd que tengo fotos únicas de Ajmatova?
- ¿Qué fotos?
- Ya he dicho, de Ajmatova.
- ¿De qué año?
- ¿Qué, de qué año?
- ¿De qué año son las fotos?
- Murió mucho tiempo antes.
- ¿Y qué? – dijo Gabovitch.
- ¿Cómo y que? ¿Entonces quién está en estas fotos?
- Qué más da? – añadió pacíficamente mi mujer.
- Allí estoy yo. Yo en la tumba de Ajmatova.
Cuando iba al lavabo, mi mujer murmulló:
- Te suplico, pórtate bien. Ya todo el mundo anda diciendo que Dovlatov tiene un carácter absolutamente insoportable.
Librería rusa de Brighton Beach en Nueva York. En este barrio vivió Dovlatov después de emigrar a EE.UU.
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