Diario de una Infeliz, un nuevo personaje



Mayo 2 de 1952
En el escenario de mi vida, un nuevo personaje ha entrado en escena. Voy a tener otro hijo. Muchas veces he leído de la santa emoción que siente una mujer cuando va a ser madre. Yo quisiera sentir esa santa alegría, pero me es imposible. Y no es que no me agraden los niños. Los adoro. Cuántas veces la alegría inocente de los chicos, ha disipado mis penas y me ha hecho pensar que los mayores debemos ser un poco niños para gozar aunque sea por unos momentos de la feliz despreocupación de la niñez. Sin embargo, me aterra la idea de tener otro hijo.
Cada niño trae un pan debajo del brazo, dicen. Pero los míos ninguno lo ha traído. Cada nuevo hijo significa una grave preocupación para una pobre mujer. Aunque hay algunas que me parece que la magnitud de su desgracia o su capacidad para soportar la pobreza, las hace indiferentes a la vista de su hijos desnudos y descalzos, y lo que es peor, aun pasando hambre. Yo he sentido mis vecinitos gritando de hambre por las noches sin poder dormir. Siempre condeno al que se roba una gallina. Sin embargo, hoy que palpo los extremos de la miseria, soy incapaz de condenar a una vecina que se robe una gallina, si mis hijos gritaran de hambre ¿qué haría yo?
Lucho desesperadamente para que eso no llegue a suceder. Siempre he leído toda clase de lectura que ha caído en mis maños. Y de todo lo que aprendo saco utilidad para equilibrar mi maltrecha economía y alimentar mejor a mis hijos. ¿Que la guayaba tiene mucha vitamina C? Pues a buscar guayabas, y leña para hacer el dulce. ¿Que las viandas asadas son muy saludables? Pues con las brasas de la leña del dulce aso una buena cantidad de boniatos y plátanos maduros. Con eso y un par de botellas de leche, los muchachos se ponen la barriga a reventar y todavía queda algo para que mi vecinito no llore de hambre por las noches.
Mi compadre Ulpiano tiene una pequeña colonia de caña y no sabe leer. Toda la correspondencia que recibe me la trae para que yo se la lea y se la conteste. En la zafra le llevo las cuentas y le preparo los pagos. Por esta especie de secretariado que le desempeño, él me trae a cada rato algo de lo que siembra o cría para mantener a su numerosa familia. Es dura la vida del pequeño colono que no es dueño de sus tierras.
Tengo otros amigos a quienes les hago favores de ese tipo, y que también me recompensan con regalitos, productos de la buena tierra criolla. Me indigna ver lo dura que resulta la vida para los infelices, para los que no saben leer ni escribir.
A una infeliz mujer que perdió el marido en un accidente de trabajo en el Central, le cobraron cuatro pesos en el Juzgado por darle una Fe de Vida. Tuvo que vender el último lechón que le quedaba en la casa.
Porque hace más de un año que murió el esposo y aún no ha cobrado ni el seguro del accidente ni el retiro.
He leído algo de un escritor ruso que so dedicó a contar las miserias de los campesinos de su tierra. ¿Cuándo un escritor cubano se dedicará a contar de verdad todas las miserias de nuestros guajiros?
Por ejemplo la Maternidad Obrera. No hay una verdadera guajira que pueda disfrutar de los beneficios de la maternidad.
Cuando una pobre mujer está en estado, tiene que ir con alguien que sepa para que le empiece a arreglar los papeles. Ese alguien puede ser un pobre diablo como yo, que comparando su miseria con la mía, me siento rica y trato de ayudarle. Pero muchas veces es un vivo que de primera intención le pide cinco pesos para sellos.


Carmen Lovelle Guerrero

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