Un tiempo que nunca volverá






Los años que uno pasa en la escuela siempre se pueden recordar o con mucha alegría o con la gran tristeza. Los míos no corresponden del todo ni a una cosa, ni a la otra. Probablemente ha pasado mucho tiempo ya (este año celebro el décimo aniversario desde que terminé la escuela) y no me acuerdo de los momentos negativos porque no quiero ni guardar, ni sentir estas emociones. En verdad, pienso que tuve bastante suerte en mi época escolar: yo era una buena estudiante y no tenía ningún problema con los maestros, aunque hubiera algunas situaciones que me parecían injustas.
Cuando yo tenía 8 años, mi familia se trasladó a un nuevo apartamento y yo tuve que cambiar la escuela. Me acuerdo que mi primer conocimiento con mi maestra fue bastante cómico. Cuando hablamos de la primera maestra, siempre imaginamos una persona buena, atenta y muy amable, a quien le gustan los niños pequeños. La mía parecía todo lo contrario, al menos por a primera vista. Era una mujer joven, pero muy severa y exigente. Tenía un aspecto bastante raro, digamos, extravagante: siempre vestida en ropa negra, con el pelo corto y negro y un maquillaje oscuro, parecía más bien a un personaje de las películas de horror que a la “segunda” madre a quien quieres contar tus aventuras durante el recreo.
 Entre los padres de los alumnos tenía la reputación de una maestra con quien nunca se puede sacar notas sobresalientes. Me acuerdo que un día teníamos una prueba de matemática durante la que me sentí muy mal, porque me dolía el estómago. Ella no me acompañó al médico porque no quería dejar la clase sin supervisión y al final me puso una mala nota porque yo no había hecho todas las tareas antes del final de la prueba (aunque yo pasara la mitad de la clase en el médico). ¡Creo que fue la primera mala nota en mi vida y encima tan injusta!
Sin embargo, pienso que en la escuela el papel más importante lo desempeña el ambiente, los demás alumnos y sus padres. Desde el punto de vista de los profesores mi escuela era buena. Claro que algunos eran más dotados para enseñar, despertar la curiosidad y el interés  en los estudios, mientras que otros no tenían ninguna motivación parecida o no estaban psicológicamente preparados para trabajar con los niños difíciles y, como consecuencia, les gritaban y discutían con ellos.
No obstante, en muchos casos los alumnos sacaban provecho de la poca experiencia que tenían los profesores jóvenes: se burlaban, se mofaban de ellos, les provocaban para estropearles las clases. Ahora se dice mucho que buscar el enfoque individual a cada estudiante, se supone que es la misión de la escuela, pero me parece que no se puede negar la influencia de los padres y su papel en el proceso de la crianza y educación de los niños.
Con mi primera maestra yo logré sacar buenas notas, pero este hecho no fue bien aceptado por los padres de mis compañeros de la clase: no podian entender cómo era posible que la nueva estudiante hiciera lo que antes no resultaba posible para nadie. En lugar de motivar a sus hijos, ellos apoyaron su rechazo hacia mí, lo que no me ayudó mucho en mi integración. Recuerdo que a veces yo trataba de no prepararme bien para las clases para no diferenciarme mucho de otros y merecer su amistad. Ahora les estoy muy agradecida a mis padres que me explicaron que seguir haciéndolo hubiera sido el gran error de mi vida.
 Pero yo ví a muchos alumnos empezar a fumar, beber alcohol y probar el sexo a la edad de 12-14 años. En mi escuela no se consideraba bien leer los libros y estudiar bien, sino ser "cool". Cuando en el último año de mis estudios yo estaba preocupada por elegir mi profesión y lloraba a causa de la corrupción en las universidades, mis amigos bebían alcohol en los garajes porque sus padres habian comprado ya su matriculación. Obviamente, la ausencia de la motivación entre los estudiantes es un gran problema. Pero yo no sé a quien atribuir la responsabilidad - a la escuela o a la familia.
No obstante, recuerdo la escuela con un poco de nostalgia, como el tiempo que no se repetirá nunca. Cuando se podía disfrutar del buen tiempo en primavera y sinceramente alegrarse del frio en invierno y faltar a las clase. Cuando era posible no preocuparse de los problemas del dinero y de la vivienda, hacer tonterías y sobre todo soñar con el futuro y esta libertad que los adultos no aprecian tanto… Ahora todos los problemas que yo consideraba graves me parecen insignificantes.
Me hacen reír los viajes que hacíamos con nuestra clase, uno de ellos fue a San Petersburgo y al cabo de dos días en el tren todos los pasajeros nos odian por el desorden que habíamos hecho.
Me hace muy feliz recordar nuestros entrenamientos de vóleibol, porque durante 5 años ocuparon un lugar importante en mi vida. Con mi amiga jugábamos siempre cuando teníamos un minuto libre: antes y después de las clases, durante el recreo, con lluvia o bajo el sol. Nuestro equipo era muy unido y cuando a alguien su madre le amenazaba con prohibir todos entrenamientos si ella no pasaba bien los exámenes, para evitarlo estudiábamos juntas por la noche durante una semana. Diez años más tarde nuestros caminos se separaron, pero me encanta guardar los recuerdos de nuestra amistad.
Me parece que la época escolar es un periodo muy importante en la vida de cada persona. A veces resulta muy difícil porque siempre implica los problemas de la adolescencia, las búsquedas de su vocación y el conocimiento de sí mismo. Pero al mismo tiempo puede contribuir al surgimiento de las relaciones sólidas, servir de impulso para un gran desarrollo personal y profesional o al menos puede ser fuente de buenos recuerdos. De todas maneras no se repetirá...


Svetlana Sidorova


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