Diario de una Infeliz (en memoria de mi abuela)



Abril 3 de 1952.
El pequeño círculo de mis amistades se ha estrechado mucho últimamente. Es que para no hacerme mala sangre, evito hablar con algunos de mis vecinos y parientes también. Los más son personas buenísimas y a las que aprecio sinceramente. Pero es que yo no puedo adaptarme a esa conformidad y casi alegría con que aceptan los acontecimientos nacionales.
A los que no puedo tolerar son a los Auténticos de ayer, que mientras El Mulato era una puerta cerrada, tiraban piedras a esa puerta y hoy corren a refugiarse bajo la bandera septembrista. Hay que estar con el que da.
Mi inefable amigo, el viejo liberal Pacheco, estuvo a verme ayer. Dice que no hay más remedio que ligarse con el PAU. Que su buen amigo el representante X, antiguo liberal también, antiguo republicano, coalicionista, y en fin de todas las componendas que ha habido que hacer para estar siempre en la mangadera, pues bien, ese buen señor piensa entrar activamente en la nueva política, y mi viejo Pacheco lo apoyará para obtener unos cuantos puestos para la gente de este barrio. Me aconsejó que empezara a moverme desde ahora y me olvidara de mis furores ortodoxos. Porque ya todo eso se había ido al barril y hay que trabajar con aspiraciones.
No quise contestarle en mala forma a este amigo tan adaptado al "manenguismo”, pero de la forma más suave posible le dije: “Por convicción soy contraria al militarismo, de los asaltos al poder. Si Batista hubiera llegado al poder en unas limpias elecciones, yo pensaría que la mayoría de mi pueblo estaba equivocada, pero que hay que aceptar la decisión de la mayoría. Yo soy una pobre mujer del pueblo, y no quiero pensar que el día de mañana, cuando mis hijos sean hombres, un guardia por el solo traje que usa se crea con derechos a maltratarlos y aun a matarlos, y por ese camino vamos en Cuba con ese régimen militarista que a usted tan feliz le hace”. Amigo Pacheco, de política hasta la misma palabra ya me cae mal. Una vez me afilié al Partido Auténtico que usted sabe que era la esperanza del pueblo de Cuba. En las elecciones me mandaron a trabajar en un colegio de campo donde me pasé el día sin comer ni beber y represé de noche y lloviendo. Luego ya usted bien vio la decepción que nos causó aquel gobierno. De esa amarga experiencia me hice el propósito de no afiliarme más a ningún partido. Y he cumplido ese propósito porque usted sabe la gran fe que yo tenía puesta en Chibas v en su Partido, sin embargo no me afilié a él. La política para los políticos. Ya ahora con esta situación, ni hablar. Yo soy una madre de familia, mi deber está en ella. Sobre lo demás, ni una palabra. Con estas palabras y otras peores he despachado a los que tratan de convencerme de las bondades del Mulato. Creo que me estoy ganando fama de loca o algo por el estilo. A veces pienso que esos tienen razón, que hay que acomodarse a todas las situaciones y sacarles ventajas. ¿De qué vale ser honrado? Como dice mi compadre Ulpiano, que una mujer tan leída y escribidla como yo, podía vivir bien si no fuera tan intransigente. Pero yo, que en tiempos de Grau no pude conseguir para aliviar las necesidades de mi familia un puesto de conserje de escuela, ¿cómo voy a buscar algo en esta situación que tanto me repugna?
Mi consuelo es acostar temprano a los muchachos y tenerme a emborronar papeles. Quizá no tengan utilidad ninguna, pero son mi consuelo.
Quisiera ser una escritora elocuente para hacer encendidos escritos que levantaran la dignidad ciudadana, o quisiera escribir una poesía que fuera un toque de llamada a los corazones para librar a la Patria de esa partida de ladrones.
Pero no puedo, mis talentos son pocos. Tengo que conformarme en escribir los vulgares incidentes de mi anónima vida.


 Carmen Lovelle Guerrero

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