PENDIDO EN EL POSTE


PENDIDO DE UN POSTE

Muchas capitales del mundo tienen su propia Casa Blanca y su Pentágono, los tiene también Moscú. Nuestra Casa Blanca fue construida en uno de los más lindos rincones de la capital enfrente del hotel Ucrania, “rascacielo” estalinista, uno de los siete, edificados a comienzos de los años 50. El monumento del poeta ucraniano Tarás Shevchenko parece caminar delante del hotel-torre precisamente hacia la orilla del río Moskvá, donde por otro lado se yerge la Casa Blanca relativamente moderna. En los tiempos soviéticos hasta los acontecimientos de octubre de 1993, de las cuales quiero hablar, allí se encontraba el Soviet Supremo de Rusia.

Aquella noche no pudimos dormir porque la ciudad estaba llena de gente revanchista enloquecida y rebelde, que ya había tomado el Ayuntamiento, atacó el Centro de Televisión y el foco del motín residía precísamente en el Parlamento de la República. Por la noche estuvimos escuchando la radio y viendo noticias y no podía salir de casa a causa del miedo que tenía mi mujer por mí y nuestros dos hijos pequeños. Nos dormimos al amanecer, pero me levanté por la mañana, puse la tele y vi solo un cuadro trasmitido por CNN: la Casa Blanca ardiendo. Ya, pensé, los obligan a capitular, a esa canallezca, ¿y cómo sin mi participación?

Presintiendo el gusto de la victoria democrática que se aproximaba, saqué mi bici sin hacer ruido para no despertar a los míos y fui a aceptar la capitulación. Llegué con cierta anticipación, porque la resistencia de los sitiados ya no se sentía, en el puente estaban tres tanques con los cañones dirigidos a la Casa, de la que salía solo


humo y no se oían disparos. Hacía sol como si fuera el verano, en la avenida Kutúzov había un café, fuera estaba el público que fumaba, bebía y contemplaba el escenario. Crucé la avenida y ahí ya no había paso, así que doblé el hotel por detrás, nadie me detuvo. Sobre el río, donde estaba anclado el barco “Poeta Alejandro Blok”, se oían disparos que más tarde ningún periódico mencionó, ni explicó qué diantre había pasado a su borde: un ajuste de cuentas entre bandidos o algún fragmento del combate principal.

Iba libremente por al malecón. Ahí a la vista del poeta de bronce estaban congregados espectadores parecidos a la gente del hipódromo de la película 'My Fair Lady' de George Cukor. Me choqué con Andrés, periodista y mi compañero de nuestro club político, vivía cerca, nos abrazamos, sintiendo orgullo por participar en un hecho histórico. Aquel abrazo “debajo de las balas” lo recordábamos después con ironía: no hubo balas, la muchedumbre no le interasaba a nadie y menos a los francotiradores de la Casa.

Dejé mi bici al lado de las barandas y me encaramé a un poste de iluminación precísamente enfrente de la Casa. Seguían ardiendo dos pisos de en medio de la parte central. El reloj de la torre estaba parado, no sabíamos entonces que para siempre. Las dos horas siguientes yo estuve colgado en el poste en espera de la capitulación de los “comunofascistas”. La gente hablaba entre sí con entusiasmo y alegría, cuando se acercó un tipo flaco que comenzó a gritar: ¡vuelvan en sí! ¡ahí están matando! ¡es el fin del mundo! – o algo parecido, yo pateleé con desdeño, en general no le hicimos caso tomandolo por loco. Luego sonó un trueno infernal, la gente instintivamente se agachó, escondiéndose detrás de la baranda. Yo caí del poste y me puse en cuclillas. Resultó ser un disparo solitario del tanque que estaba instalado a los pies del poeta rebelde. Los tanques tiraban proyectiles no-explosivos, si no, uno solo hubiera sido bastante para convertir el parlamento en ruinas. Todo se tranquilizó un unos minutos, ocupamos las mismas posiciones.
        
Parece que este disparo aceleró el proceso de conversaciones. Media hora más tarde al malecón llegó un cortejo formado de un par de limusinas negras y una docena de motociclistas militares. La muchedumbre saludó al Ministro de Defensa, héroe del evento, porque todavía en visperas tenía dudas y solo ya muy entrada la noche había decidído ponerse del lado del Presidente. El cortejo paró cerca de nosotros, esperó un instante y se fue echando humo y sin explicarnos el gesto.

Por fin, por otro lado del río comenzaron a sacar a los militares rebeldes que se habían rendido. Iban en sus capotes desabotonados con las manos en alto,  precipitandose bajo los golpes de los soldados. A causa de la distancia no entendí que no eran más que milicianos que habían estado en sus puestos de guardia hasta el final. Más tarde explicaron que no habían tenido nada que ver con los defensores. El destacamiento de los nazistas que vigilaba a la barricada ya hace tiempo que se había largado por túneles subterráneos. Luego llegó una fila de autobuses de transporte público, nuestra impaciencia iba creciendo: ¡estaban designados para tantos rebeldes! Y comenzaron a salir por grupos. Y me sorprendí porque salían sólo civiles: mujeres, viejos, niños... Fue el colmo, bajé del poste, monté mi bici y, sintiendo un esbozo ligero de vergüenza, me marché para casa. En el cruce de la avenida Nóviy Arbat con el bulevar Novínskiy comenzó el tiroteo otra vez, los soldados obligaron a peatones a esconderse en el paso subterraneo, por encima de la avenida alguien intercambiaba ráfagas, lo que tampoco fue explicado más tarde de ningún modo.

Por la noche saqué a pasear al perro y otra vez oí ráfagas familiares. ¿Que los combates seguían por toda la ciudad? Miré hacia la silueta enorme de GASPROM en construcción donde se trabajaba día y noche, sonaban martillos de golpe y se iluminaba con lucillos de soldadura...

Andrés murió 4 años más tarde en un accidente en la misma avenida de Kutúzov. Pensando en el espectáculo de octubre, me acuerdo de aquel loco que gritaba “¡vuelvan en sí!” ¿Acaso tenía razón? ¿No diría lo mismo Cristo en caso de haber visitado otra vez la estirpe humana aquel día? Y no lo reconocimos...

Vladimir Kardaíl

Комментарии

  1. Buena foto hecha por este lado del río en la avenida Nóviy Arbat cerca del Ayuntamiento.

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