El amor a los caballos


De pequeña cada verano iba de vacaciones con mis padres a  países cálidos. Un verano fuimos a Túnez por dos semanas.  El tiempo estaba maravilloso. El sol brillaba y no hacía viento. Estábamos muy contentos con nuestra decisión de ir a ese país. Como no podíamos pasar todo el tiempo en la playa descansando, un día decidimos a ir a una excursión al desierto. Esa excursión empezó con un paseo en  camellos y caballos y terminó con una cena en un pueblo pequeño que había en ese desierto. La experiencia de comida de pueblo africana fue inolvidable pero lo que me gustó más fue la primera parte de la excursión. En mi infancia siempre adoraba los caballos, pero desde ese momento no podría vivir sin ellos.
Cuando volvimos a nuestro hotel descubrí que había  paseos a caballo por la tarde a lo largo de la playa. Pos supuesto empecé a pedir a mis padres que me compraran un billete para esos paseos y al final ellos aceptaron. Estaba en el séptimo cielo. A partir de ese momento cada día  paseaba a caballo. Se me quedó en la memoria por toda la vida porque montar a caballo en el ocaso es absolutamente inolvidable.
Además, cuando volví a Moscú, busqué las clases de equitación y empecé a practicar este deporte. Esa época duró más de dos años. Participé en las emulaciones de domadura e incluso una vez gané un premio.
Por desgracia, ahora no tengo tiempo para la equitación, pero de cuando en cuando voy al campo a montar a caballo.

Julia Melnikova

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