¡Sésamo, ábrete!


Hace unos años, cuando era estudiante, un día de invierno me apresuré a la universidad para ir al entrenamiento de atletismo. Nevaba mucho y las calles estaban resbaladizas.
Tardaba e iba casi corriendo.  Cuando llegué al cercado de la universidad, saqué del bolsillo la tarjeta de estudiante para no detenerme en las puertas buscándola.
Empecé a subir la escalera junto a la entrada de la universidad, tropecé con un pie en el primer escalón y sentí que estaba a punto de caer. Pero las piernas me llevaron más rápido, y  corriendo  pasé la escalera para  no caerme. Después de un momento tropecé con el otro pie en el escalón último y me caí, y mi mochila, donde llevaba la ropa y zapatos deportivos, me  cayó encima de la cabeza. Pero, como la velocidad no era baja (¡estaba corriendo!),  no simplemente caí, pero me comencé a deslizar por el suelo en dirección a las puertas de la universidad.
Grité la frase mágica: “¡Sésamo, ábrete!”, y las puertas automáticas de la universidad se abrieron, y deslicé boca abajo con la mochila encima de la cabeza delante de la guardia saludándola y agitando las manos con la tarjeta de estudiante.

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Tatiana Goncharova.

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