¡Qué recuerdos!

Cada año yo y mi prima veraneábamos en casa de nuestros abuelos en un
pueblo.
Me acuerdo especialmente una historia de mi infancia cuando yo tenía
ocho años y mi prima tenía siete años. Eramos muy traviesas, dinámicas y
divertidísimos.
 Nuestro abuelo era riguroso, pero nuestra abuela cerraba los ojos ante
nuestras travesuras.
Cerca de la casa de abuelos estaba la huerta de cerezos. Nos gustaba
jugar alli.
Preferíamos disfrazarnos. Llevabámos la ropa vieja de la juventud de
nuestras madres y íbamos a la huerta. Por supuesto, qué todos esos
acciónes hacíamos cuando el abuelo no estaba en casa.
Una vez cuando abuelo se fue de casa, nosotras disfrazamos como gitanas
y nos maquillamos. Quero llamar la atención que entre los productos
cosmeticos nuestra abuela tenía sólo polvos muy muy blancos y
pintalabios muy rojo.
Nos maquillamos y con esas caras raras fuimos a la huerta. Aquel día
el abuelo regresó muy pronto y nosotras volvimos y no tuvimos tiempo
para limpiarnos las caras, sólo tuvimos tiempo para limpiarnos los labios.
El abuelo vio nuestras caras palidas y decidió que nos faltaba el sol en el
jardín y él tuvo qué acompañarnos a la playa para broncearnos.


Natalia Yurkina

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